lunes, noviembre 10, 2008

Tarde

“El nombre es tan importante como las tetas o el culo” pensó Matías mientras recibía el SMS de Sergio al salir del gimnasio. Por eso no se habían adelantado. Aparecería en el momento adecuado: "Desde hoy sos Yolanda Love y yo La Gladis Soft". El corazón se le detuvo. Estaban en lo correcto. No tenían que forzarlo. Segundos más tarde Diego también recibía un SMS: "Desde hoy sos Judith Kibutz y yo La Gladis Soft" (él quería un nombre afín a su comunidad). Los tres tenían una amistad sin secretos. Se conocieron hacía bastante a través de un sitio web de contactos. Muchas veces se habían cruzado con algunos de los perfiles que tenían (Sergio mantenía más de diez y en ninguno colocaba fotos de su rostro). Uno decía: "Ni lindo, ni rico, ni disco, ni soso, ni man, ni woman, ni queen, ni king, ni crowned, ni trío, ni frío, ni faso, ni bosta. O todo". Otro rezaba una cita de Wilde: "La única diferencia entre un santo y un pecador es que el santo tiene un pasado y el pecador un futuro". Abordaba todas las preferencias sexuales, estados civiles, rangos de edad, contexturas físicas, clases sociales y en algunos hasta arriesgaba posturas políticas.

La Gladis siempre repetía que el puto no tiene límites. Yolanda y Judith la consideraban su madrina. Le debían todo. Ella les enseño a maquillarse. La primera vez fueron a un Farmacity a comprar cosméticos y salieron súper cargadas de lápices, rubores, cremas, perfumes. La Gladis exageraba todo, súper trolo gesticulaba al borde del ridículo con las vendedoras mientras se probaba bases, delineadores y máscaras para pestañas. Tenía un magnetismo pagano. El de seguridad, los farmacéuticos, las cosmetólogas, todos quedaban fascinados con su personalidad. Ella también les enseño a hacerse las pestañas postizas tejidas con cabellos propios porque quedaban mucho más naturales que las compradas. Les apuntaba en las agendas las direcciones donde podían inyectarse silicona de máquinas industriales, que era la que mejor gomas hacía. Prefería ese riesgo a sentirse no deseada, el amor, casarse, ser una mujer realizada, no le importaba. Sabía lo que era y lo que nunca sería. Las otras dos no, lo que más las asustaba de La Gladis era su libertad, las sobresaltaba porque exponía sus miedos y limitaciones de manera evidente. Parecía no temerle a la muerte, la consideraba su objetivo. Estaba segura que sería por una insuficiencia hepática producto de las sobredosis diarias de antiandrógenos, progesterona, premarin, etinilestradiol. Pastillas que cargaba a todos lados en las tetas falsas (junto a una infaltable polvera de Special K) y le suministraba un médico casado con el que cogía y tenía una fascinación enfermiza. La primera vez que se lo tiró salió bastante maltrecha. Había comenzado a prepararse temprano, se depiló completamente con cera. Se bañó, puso ropa interior de encaje, un corsé que le dificultaba la respiración y ajustaba aún más su ceñida cintura (gracias a retirar algunas costillas), un vestido corto -holgado de caderas para lograr un efecto más abundante. Salió a la calle y volvió en menos de una hora con un levante. Ni bien entraron el tipo le metió una cachetada y la agarró de los hombros arrodillándola. Si bien ella tenía rasgos finos, y se ayudaba con miles de trucos de maquillaje y depilación de cejas, en definitiva era hombre y los hombres tienen códigos feroces entre sí, casi criminales . No vio en que momento se abrió la bragueta, pero cuando reaccionó tenia la pija en la boca y recibía una cachetada alternada en cada costado. Se dejaba porque un poco le gustaba, pero a los minutos le dolía tanto el rostro que las lágrimas la ahogaban. Se quejó pero sólo consiguió sopapos más firmes. Siguió hasta que el doctor se vació y así se convirtió en su favorita y comenzó a recibir sus favores farmacológicos.
Yolanda y Judith la cuidaban siempre que algún encuentro terminaba mal. Compartían un departamento amplio en Almagro. La dejaban dormir y le daban de comer en la boca. Tapaban sus moretones con capas de base líquida y la maquillaban mientras reposaba y tragaba un oxycontin tras otro riendo y argumentando que terminaría en el cielo seduciendo a El Señor. La resaca se cura con otra resaca y al poco tiempo estaba al ruedo otra vez. Y cada vez necesitaba más días de recuperación entre ronda y ronda. De la última quedó bastante rota. Salió por cigarrillos montada cuando un típico rugbier la miró desvergonzadamente. Lejos de intimidarse dejó caer el encendedor y se inclinó para que le viera como se le marcaba la tanga minúscula en el culo estirando las piernas que terminaban en unas sandalias altas imposibles. El tipo se le acercó y le preguntó cuanto cobraba. Le respondió que con alguien tan lindo lo hacía por placer y partieron para el departamento de él. No se asustó con el desorden. Le preguntó a que olía y él le dijo que a ratas muertas. Trató de contar las botellas de whisky vacías y perdió el número cuando vio rastros de rayas de merca por la mesa, por las repisas, por encima del televisor. La estaban penetrando como nunca, fuerte como a ella le gustaba, se sentía volar cuando algo la bajó del astral. No entendió que, pero sintió el calor en su cabeza. Aunque atontada, comprendió cuando vio los vidrios desparramados a su alrededor. Se zafó como pudo y le metió una piña, pero el rugbier aún tenía el cuello de la botella rota en su mano y le tiraba zarpazos amenazantes. La Gladis era muy marica pero no se acobardaba con nada, sin embargo luego de algunos cortes en los brazos entendió que lo mejor era dejar que se descargara. Se dio vuelta, sumisa se puso en cuatro patas y se preparó para resistir la tortura lo mejor posible.

Cada vez llegaba más tarde de sus vueltas, Yolanda y Judith tragaban la impaciencia y siempre temían lo peor. No hablaban, escuchaban a Nino Bravo en el Winco que La Gladis consiguió en San Telmo con el típico ruido a fritura de los viejos long plays,. Fijaban su mirada vidriosa en la puerta de la habitación de La Gladis, donde colgaba una serigrafía de Alejandra Pizarnik que decía en rojo sangre: “Vendré aún muerta volveré, si es que al final llama el amor”.

6 comentarios:

Señorita Cosmo dijo...

Absolutamente maravilloso.
Amo a la Gladis. Yo quiero ser amiga de ella. Puedo?

Lake dijo...

Jajaja, que grosso este relato.
Le amo!

Anónimo dijo...

Muy bueno !!!!que digo bueno Selente!!!Selente!!!!

El Sei dijo...

..


NO

CONFIRMADO

SOS UN/A GROSSO/A

Anónimo dijo...

Uau.Increible. Realmente maravilloso. Un relato asfixiante. Te ruego una vez más que leas a Pablo Ramos y te invito a darte una vuelta por mi blog www.cascarademi.blogspot.com. Un abrazo!

Eneas dijo...

mencanto!