lunes, agosto 11, 2008

Epistaxis

Cuando comencé a mis veintitrés años todos dijeron que era demasiado tarde. Pero ya en épocas de universidad visualizaba lo que sería mi vida laboral y opté por hacer de manera paralela lo que tanto había soñado desde niño. El coro de la iglesia fue el lugar donde esta otra pasión se fue gestando.
Sentado en el piano nada a mi alrededor existe. Aislamiento. No tengo idea de cómo toco el piano. Cuando presiono las teclas sólo escucho su sonido golpeando la madera. Ninguna melodía. Una cadena de golpes de teclas, que de manera sumamente bella me indican la ejecución de un obra. Carezco del conocimiento para evaluar si un piano está afinado o no. Cada seis meses me visita un afinador para esta tarea. Sé que toco de manera correcta por técnica. No se necesita oído para ejecutar. Sí, disfruto mucho cuando otros lo hacen, cuando estoy entre el público. Cuando el intérprete soy yo, aislamiento. Nada escucho, salvo el golpeteo de la tecla en la madera. Silencio. Una sordera que toca la perfección. Y sólo veo cada gota de sudor que de mi frente salta al teclado. Una ceguera que toca la perfección.

Toda una vida soñando con este momento. El Festival Internacional de Jazz de Montreal, uno de los mayores festivales de jazz del mundo. Montreal es una de las ciudades más educadas del mundo y una de las de clima más extremo. Sus habitantes consideran la inestabilidad climática como uno de los rasgos de más carácter de la ciudad.
Cuando gané esa beca en diciembre, no pude contener la alegría. Iba a tener varios meses de preparación en la misma ciudad para el festival. Enero me encontró pisando la enlodada nieve de la urbe. Montreal también tiene otro récord en su haber, es la ciudad con más casos de epistaxis a nivel mundial. La epistaxis es la pérdida de sangre de las membranas mucosas que recubren la nariz. Las hemorragias nasales son muy comunes y la mayoría de ellas son producto de irritaciones menores o resfriado y pueden causar temor, pero rara vez son potencialmente mortales. La nariz tiene un suministro abundante de pequeños vasos sanguíneos que facilitan el sangrado. El aire que pasa a través de la nariz puede resecar e irritar las membranas que recubren su interior. Este revestimiento desarrolla costras que sangran al sufrir irritación por frotarse, escarbarse o sonarse la nariz, pero también un trauma repentino causado por aire muy frío o muy seco. Es normal ver a la gente con pañuelos tisús manchados de rojo cubriendo la parte inferior de sus caras. Si prestan atención al contenido de los basureros públicos en invierno, seguramente verán que la mayoría son pañuelos manchados en sangre.

En junio, mes más caluroso, se acercaba el festival y nada le había sucedido a mi nariz. Tomé todos los cuidados, no aspirar aire frío las pocas veces que tomaba contacto con el exterior, siempre protegido por un pañuelo de seda. Pomadas humectantes para mis orificios nasales. Aerosoles salinos. Todas las recetas que recordaba de mis abuelas y tías sirvieron para evitar hemorragias. Si bien un mejor clima se iba instalando, la sangre seguía ocupando todos mis pensamientos. El día anterior a la presentación permití algunos lujos a mi ajustado presupuesto de becario. Tomé una jornada de spa para relajarme. El baño finlandés, el turco y la humectación con vapores de cabernet descongestionaron mis fosas nasales como hacía tiempo no sentía. Dormí las ocho horas necesarias, desayuné frugalmente como si de esto dependiera levantar vuelo.
Subí al escenario. Hice la reverencia junto al resto de la banda y comencé. Silencio. Tecla sobre madera, tecla sobre madera. Sentía el sudor en mi frente que comenzaba a surcar la superficie como los arroyos que se forman en los deshielos. Toda mi concentración ocupada en cada gota jugando apuestas a cual sería la primera en descolgarse. Mi nariz, tan dilatada y aceitada, funcionaba como un fuelle. Tecla sobre madera. Aislamiento. No existía la banda, no existía el mundo. Teclas, sudor y respiración. La primer gota cayó sobre mi mano izquierda, pude sentirla. Algo me desconcentró, no supe bien qué, pero algo distinto me hizo abrir los ojos. En mi dedo anular vi el camino de la sangre hasta la tecla. ¡Estaba sucediendo en verano! Sin dejar de ejecutar continuaba aporreando los dientes del piano y la sangre no paraba de fluir de mi nariz. En segundos tuve las manos más sucias que un carnicero. Y veía ya la salpicadura que producía cada tecla en mi camisa inmaculada. No podía detenerme. Sin tener la certeza de que ese piano emitiese sonido continué apretando sus viscosas teclas que chorreaban ya mis zapatos. Era consciente de que la hemorragia no podía durar más de veinte minutos antes de necesitar a emergencias, pero a esa altura mi única preocupación era el sonido. Ignorar si se escuchaba o no la música era la única causa de sufrimiento. Deseaba que los cinco litros de sangre que posee nuestro cuerpo se hubieran derramado completamente. Trataba de recordar qué paso de primeros auxilios aplicar, apretar suavemente la nariz entre el pulgar y el índice no era opción. ¡Estaba ejecutando una pieza de piano! Recordé que se aconseja inclinarse hacia adelante para evitar tragar la sangre y respirar a través de la boca. Hice todo lo posible. Cada tecla que apretaba bañaba de gotas rojas mis ojos. No escuchaba el sonido acostumbrado. No podía oír la belleza, ese placer que significaba la tecla sobre la madera. ¿Cuál sería mi consuelo si el único premio era la ejecución mecánica de la obra y lo había impedido la sangre? Aislamiento.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pedazo de un forro como se ve que nunca tocaste un piano en tu puta vida Tecla sobre madera???!!!! por favooorrr ademas te falto que saltara alguien del escenario y le cortara la yugular para acelerar el proceso de desangrado con una de las cuerdas del piano.