No puedo negarlo, me encanta eso de tener muchas toallas que puedo tirar al suelo y alguien se encargará de recogerlas. Me encanta el anonimato del hotel, cuando la mucama pasa, no solo se lleva la mugre, se lleva también los pecados. Pero el domingo leyendo el diario encontré una columna que me pareció genial.
Una habitación DE HOTEL (from El Nacional)
Tu equipaje ha sido depositado sobre una silla solitaria.
Tras revisarte los bolsillos, temiendo encontrarte con nada más que un billete demasiado costoso, acabas de dar una propina al hombre que en las películas llaman “botones” pero que el recepcionista trata como “el muchacho”. Él murmura un agradecimiento de rutina y cierra la puerta tras de sí. Te ha dejado en la mano un remendado control remoto mientras recitaba instrucciones que olvidarás.
Son tus primeros segundos en la habitación y tu primera sensación,ahora que la enfrentas en completa soledad, es que es bastante silenciosa.
Pronto notarás que te equivocaste: por las paredes baja un taconeo (en la noche, lo hará un inconfundible chillido rítmico de las articulaciones de una cama), se sienten los esfuerzos de los cables del ascensor,muge de pronto un motor de aire acondicionado.
El edificio parece un inmenso animal que tose, tiene retortijones y duerme mal.
No te sorprende advertir que la habitación pretende ser estándar, anónima, pero su decoración termina siendo absurda, como si allí se refugiaran los muebles, lámparas y sábanas que nadie más quiere.
Compruebas que el cuadro en la pared alude a un paisaje por completo ajeno al que aguarda tras la ventana: una cabaña tirolesa, una playa de palmera cabizbaja, un borroso bulevar parisino.
Examinas el baño. Una cinta abraza la taza de la poceta. Pero no puedes olvidar que en ella se han sentado antes cientos de personas.
Los mismos seres sin nombre que dieron vueltas en la cama donde pasarás la noche. Gente que lloró, tuvo pesadillas, discutió, tuvo grandes ideas, hizo el amor, se enfermó, vomitó o se enamoró en ese escenario que ahora te ha sido alquilado por horas o días. Gente genial o imbécil, samaritanos o asesinos, de izquierda o de derecha, joven, anciana, macho o hembra: nunca lo sabrás.
Has pensado en eso con fascinación y un poco de asco mientras te duchabas. Te costó liberar el pequeño jabón de su sobre de plástico, te costó aún más obligar al agua a decidirse entre el hervor y la congelación, pero finalmente te sacaste un poco el polvo del viaje y ahora abres la maleta. Tu ropa está arrugada y como traumatizada, casi no hay ganchos en el closet, te llaman las sábanas, apretadas sobre el colchón como vendajes.
Ves la hora: el tiempo pasa a tropezones, nada que ver con el ritmo regular que tiene en tu planeta.
En la televisión abundan canales en idiomas exóticos,señales bloqueadas.
Nada te atrapa, así que te acercas a la ventana, apartas la cortina y te asomas a la calle por vez primera desde que arribaste. Un hombre habla en la esquina por un teléfono público,niñas de bachillerato caminan sin ganas de regreso a casa, pájaros marrones gorjean sobre un cable aéreo. De la ciudad extraña sólo ves un triángulo que no dice casi nada. No sabes cuál es el norte ni el sur, dónde están los delincuentes y qué te conviene pedir en los restaurantes.
Pero se hace tarde. Tienes mucho que hacer mañana y en gran parte depende de gente ajena que debe pasar por ti para arrastrarte a heladas oficinas en calles con nombres de curiosos apellidos. Quieres dormir pero tienes hambre; de lo que te dicen por el teléfono del room service escoges lo más barato y previsible; después, descontento por lo caro que salió, dejas en el pasillo la mesa plegable con olor a mostaza.
Apagas la luz. Algunas horas después abrirás los ojos y por un instante no sabrás dónde estás. Recuerdas que hay gente que ha ido a los hoteles a suicidarse, y también que escritores como Julio Garmendia o Vladimir Nabokov vivieron en un sitio como éste sus últimos años, tal vez para separarse de su yo y acercarse más a los otros. Tus ojos se adaptan poco a poco a la oscuridad. Afuera se aleja una sirena.
Buscando aferrarte a ti mismo, ruegas por que tus sueños te devuelvan por un rato a aquel rincón de la infancia donde te escondías de los acertijos del mundo.
4 comentarios:
qué buen escrito, siempre me fascinó la idea de los no-lugares
Kill: Nuevamente, te llevás el podio del post de la semana (aunque también te lo hubiera dado si posteabas acerca de cómo antes de hacer el check out meabas todas las toallas para aegurarte que, efectivamente, sólo vos las uses limpias!)
que lindo
me encanto!
Coincido con vos, aunque la nota tenga un tono abúlico de "estoy cansado de esta vida" viajar por laburo me sigue pareciendo algo maravilloso. Aunque haya que comerse horas y horas en vuelos baratos. Y el ritual del hotel sigue siendo algo disfrutable, no sé si voy a decir lo mismo pasados los 30, pero por ahora esa cosa del anonimato corporativo, y del lugar de paso me copa.
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